Vivimos días de regocijo espiritual para los que profesan la religión católica y de necesarias vacaciones para la mayoría de los ciudadanos, que ocupan playas, montañas y lugares de origen en busca del descanso físico y mental que les permita recuperarse de la agitación de una sociedad en la que el sosiego es un bien cada día mas escaso.
Una semana de exposición pública de tallas realizadas por maestros escultores, de terciopelos, joyas, caras tapadas y pies descalzos, cruces, peinetas y mantillas, olor a cera y a incienso, penas y alegrías, fe para algunos, fiesta para los demás, trompetas y tambores, turistas y hosteleros, calle Mayor, plaza de Cervantes. La fiesta de la representación religiosa en el casco histórico de Alcalá. Dicen los hosteleros que está siendo una muy buena semana santa, más del noventa por ciento de ocupación.
Así que se trata de eso. No en términos absolutos, que seria exagerar, pero si en un porcentaje importante.
Sacamos los cristos y las vírgenes a pasear, rememorando esos últimos días de Jesús de Nazaret, el líder social al que aplaudieron, torturaron y mataron, siguiendo el doloroso camino de tantos otros, hombres y mujeres que pasaron por lo mismo, antes y después, por sus ideas de lucha contra la injusticia, contra la opresión, en la búsqueda de libertad. Y de eso saben bastante las personas que militan en organizaciones de izquierdas de todo el mundo.
Su pensamiento y su vida la compartió con los trabajadores, con los suyos, sin ostentaciones ni grandezas, sin palacios, con humildad.
Qué enorme distancia entre su vida y los que dicen representarlo. Una representación que estructura su poder en los obispos, llamados “príncipes de la iglesia” habitando “palacios episcopales o arzobispales”. Príncipes en palacios, grandes cruces de oro macizo en el pecho, boato y esplendor.
Y como cada vez acude menos gente a escucharlos van buscando enemigos a la carta, hoy unos, mañana otros, a los que echar las culpas de sus cuitas, casi siempre económicas. Hoy en día, en España, la culpa -cómo no-, también la tiene Zapatero; por llevarnos a un Estado laico, descreído de la fe verdadera y amante de la razón, esa característica perversa del ser humano.
La receta de un pueblo sin letras, que pensara poco y creyera mucho, quedó en un pasado lejano. Ahora, no valen ya ni las estampitas ni las medallitas de latón, sino el ejemplo cotidiano de que representan el pensamiento de Jesús. Y por no representarlo tienen vacíos sus templos, sus seminarios, sus conventos; esos inmensos edificios no realizados a la mayor gloria de su dios, sino como expresión humana de la soberbia, la ambición y el poder. Necesitan una revolución interior. Que su vida y lo que dicen representar coincida a la vista de los ciudadanos.
La misma receta, por analogía, es válida para los políticos de izquierdas que defienden ideologías de defensa de la igualdad en todas sus variables. Pero este será tema para otro comentario.
Disfrutad de los días de descanso, si los tenéis.
¡Salud!