Por otra parte y en relación con
los órganos regionales socialistas se constata que la comisión ejecutiva
regional pone voluntad en sus actividades, aunque todas sus acciones y
declaraciones acaban en la frustración colectiva y, aún más allá, en la
melancolía generalizada. No solo no se avanza, sino que se retrocede. Madrid no
es una comunidad autónoma más, es una comunidad central del Estado, el espejo
donde se refleja lo mejor y lo peor de las organizaciones, de sus políticas, de
sus dirigentes. A nuestro juicio, hace algún tiempo que el PSOE, al menos en la CCAA de Madrid, tomo un
camino al que podemos denominar con suavidad, contradictorio.
Tomas Gómez, probablemente con
buena fe, dejó atrás la digna sede del PSM en el barrio de Simancas, y llevó al
Partido Socialista de Madrid al centro de la ciudad, a la plaza del Callao, y
no a un edificio cualquiera, sino a uno
con pedigrí, al Palacio de la Prensa.
Centenares de miles de euros para arreglos y varios, y en el
entorno de doscientos mil euros de gasto anual entre alquiler, mantenimiento y servicios.
Y aquí surgen varias preguntas: ¿Pueden
los socialistas vivir en los mejores edificios del centro de las ciudades?, ¿conducir
vehículos de alta gama?, ¿beber los vinos más caros?, ¿frecuentar los mejores
restaurantes?, ¿vestir ropas de elevado precio?; ¿realizar los viajes más
lejanos…?
Algunos podrían responder, “tajantemente sí, tenemos los mismos derechos
que los demás a disfrutar y a tener
las mejores o más caras cosas que se producen”.
A nuestro juicio, la cuestión no
puede simplificarse entre si los socialistas tienen o no los mismos derechos
que los demás. Naturalmente que sí, que tienen los mismos derechos.
El problema se plantea cuando los
representantes socialistas por las mañanas asumen lo anterior y por las tardes
dan mítines a los expulsados de sus casas al no poder pagar las hipotecas
bancarias, a los profesores a los que les añaden horas a su jornada laboral y
encima les quitan a la fuerza parte de su salario, a los dependientes por edad,
enfermedad o accidente, al personal sanitario, al conjunto de los trabajadores…
Es sumamente contradictorio lo
que se hace con lo que se dice. Esto nos lleva hacia la desconfianza ciudadana
y al desánimo interno. Lo primero, es tener las cosas muy claras en relación
sobre quiénes son nuestros votantes, dónde trabajan, dónde viven, cuáles son
sus aspiraciones, cuáles sus salarios medios. Esto lo encontramos mirando a la
cara a los hombres y mujeres socialistas en cualquier asamblea de cualquier
agrupación. Allí no se ven altos funcionarios, ni grandes ni medianos
empresarios, ni altos directivos de la banca, de las eléctricas, del ejército,
de las iglesias, de la judicatura, ni tampoco terratenientes ni gentes de la
nobleza.
¿A quienes encontramos en
nuestras asambleas? A trabajadores y funcionarios de nivel medio y bajo,
parados, jubilados, amas de casa, estudiantes, algunos profesionales liberales,
algunos catedráticos de universidad, pequeños empresarios…. Estos forman, en
síntesis, el núcleo sustantivo del socialismo madrileño. Y ellos no hacen los
viajes más lejanos, ni beben los mejores caldos, ni son asiduos de restaurantes
famosos, ni visten los trajes más caros, ni habitan las mejores casas del
centro de las ciudades, ni conducen los mejores coches.
A nuestro juicio, se ha abierto
una brecha importante entre los representantes y los representados. Unos tienen
tendencia hacia el vanidoso centro de las ciudades y al resto nos gusta más la discreta
periferia. Así va a ser difícil que nos encontremos.
Por otra parte, la dirección
nacional del Partido parece que está saliendo del silencio, probablemente
interesado de este último año. Dejar que se olviden algunas decisiones pasadas
y volver con fuerza a la arena política. Con el discurso de siempre como
argamasa de las nuevas realidades. Y con fuerzas renovadas para enfrentarse con
la peor derecha de la historia, esa derecha rancia, sucia, rapaz y rastrera,
valiente con el débil, cobarde con el fuerte, dispuesta a cualquier cosa con
tal de quedarse con todo lo que suponga negocio.
Una derecha que ha conseguido el
gobierno de la nación de manera ilegitima al realizar la publicidad de su
proyecto político, por escrito y a través de sus representantes, utilizando la
mentira como instrumento para la conformación de la voluntad electoral de los
ciudadanos españoles, como se ha observado de manera nítida en las decisiones
que ha adoptado el año 2012. Un gobierno que miente a los ciudadanos no puede
seguir gobernando. La soberanía de la nación española descansa en el pueblo
español. Es por tanto en el pueblo donde se residencian los poderes del Estado.
Y cuando los ciudadanos, en un ejercicio democrático de su voluntad, delegan en
alguna o algunas organizaciones políticas el poder de gobierno, lo hacen desde
la máxima de la buena fe. Desde el entendimiento de que lo que les están proponiendo
es verdad y no una mentira fullera para engañarles. Cuando se miente a la
ciudadanía, cuando se ha conformado su voluntad en fraude electoral, el
gobierno resultante no está legitimado para gobernar. Debe dimitir o ser
llevado a los tribunales de justicia. En cualquier caso, sus decisiones
muestran claros síntomas de ilegalidad, por lo que podrían ser desobedecidas. Salvo
mejor criterio.
¡Salud y fuerza para defender las
causas socialistas en este 2013!